domingo, 21 de febrero de 2021

Los aspectos de nuestra vida que provocan los excesos alimenticios

 

No es hambre, es que duermes poco, te pasas con el azúcar, te gana el olfato… ¿Qué puedes hacer?

Cinco pasos y dos consejos para no acabar con un agujero en el estómago, mal carácter, flojera...




Hablando de dietas, el mes pasado abordábamos un tema interesante en la edición en papel —que vuelve mañana con EL PAÍS—. El asunto en cuestión es la procedencia del monstruo insaciable que a todos nos ha ganado el pulso ante la nevera, mostrando, e imponiéndonos, una irrefrenable atracción por la deglución. El estómago se alimenta de más cosas que del comer, decíamos: “El cansancio, el estrés y la ansiedad también intervienen, así que, como ve, para no sentir gusa hay que tratar muchas más cosas que no son solo lo que comemos”. Para ponerlo más difícil, el mismo reportaje apuntaba que hay distintos tipos de hambre que quizá le suenen: está la física, la emocional, la del paladar... En el número de BUENAVIDA que ve la luz mañana retomamos este último asunto, que también tiene su miga.

Para empezar hay que distinguir el hambre del apetito. “El hambre es la necesidad fisiológica de ingerir alimentos para obtener la energía y los nutrientes que necesita el organismo, mientras que el apetito es el deseo consciente de comer algún producto concreto”, matiza María Soto Célix, miembro del Grupo de Especialización de Nutrición Clínica de la Academia Española de Nutrición y Dietética. Pero el efecto de ambos es el mismo: un agujero en el estómago, mal carácter, flojera... “A la hora de querer o necesitar alimentos, hay varios aspectos que interaccionan: neurobiológicos, fisiológicos y psicológicos, señales hormonales, sensoriales, metabólicas...; contracciones gástricas que llegan a generar malestar con náuseas e irritabilidad [aquí está la razón del mal humor]; bajada de nivel de glicemia o glucosa en sangre [flojera]”, y antojos por el puro placer de comer o por el valor de premio o el consuelo que otorgamos a ciertos caprichitos... Veamos qué se puede hacer.

Primer paso: saber a qué nos enfrentamos. Es esencial para combatir y vencer. Ya aprendimos que no hay dietas que funcionen sin el peaje de pasar hambre y que cuanto antes nos quitemos los kilos cogidos (echémosle la culpa a la semilibertad), menos se enquistarán. El siguiente paso es descubrir cuáles son tus armas. ¿Qué hace que subas o bajes el volumen? Los frentes se multiplican, puesto que “distintos factores modulan que nos sintamos vacíos o llenos”. Ejemplos, por favor. “Las propias características organolépticas de los alimentos, como el color, el olor, la textura, el sabor..., envían información al cerebro, que comienza a liberar señales; el sistema nervioso central recibe datos de cómo está el balance energético y lanza mensajes a los sistemas periféricos que provocan las sensaciones de hambre y saciedad”, continúa la dietista-nutricionista. La composición nutricional de lo que nos llevamos a la boca juega un papel fundamental: las proteínas son los macronutrientes que más sacian, seguidas de los hidratos de carbono —”que inhiben el hambre a corto plazo por la liberación de insulina"— y, por último, están las grasas, “cuyo efecto saciante es muy limitado”.

Tercero, buscar enemigos en nuestras propias filas. ¿Qué hacemos que lo pueda empeorar? “Hay muchas situaciones cotidianas que aumentan o disminuyen la sensación, como el ayuno o el sueño, y también varía según el gasto energético: por la mañana se tiene menos y a mediodía, más”, explica la también coordinadora del Grado online de Nutrición Humana y Dietética en la Universidad Isabel I.

Cuartointerceptar los sentidos: la vista, porque un plato bonito, brillante, jugoso y colorido, anima a disfrutar. “Con uno desagradable a los ojos, probablemente no lo hagamos porque inconscientemente lo asociamos a algo tóxico”. Voy preparando las vendas. El olfato, por la misma razón. Además, supone el 80% del sabor. Y a quién le apetece algo insulso. Sobre el gusto: “Es el que más nos influye porque favorece los reflejos de salivación, masticación, etcétera, y también ayuda a detectar la cantidad de alimentos, animando al cese de la ingesta”. En cuanto al oído, escucha bien el crujir de unas galletas, unas patatitas fritas, un pan recién horneado, y luego di que no influye... “Generan sensación de bienestar”, dicen los libros. Finalmente, el tacto, que también es responsable de un 10% del sabor, según los estudiosos, “e influye en la aceptación de muchos platos”.

Quinto y último: examen de conciencia. “En muchas ocasiones comemos sin hambre y la sensación de recompensa o placer que se obtiene puede dar lugar a sobreingestas”. Y elegir mejor con qué nos llenamos el buche... “Ciertas cosas tienen un vaciado gástrico muy rápido, como las bebidas azucaradas, pudiendo hacer que no se genere sensación de saciedad”, zanja la dietista-nutricionista.

Y, de postre, dos trucos de Amparo Tárrega Guillem, investigadora del Instituto de Agroquímica y Tecnología de Alimentos del IATA/CSIC. Invita la casa. El primero es prepararte unas buenas meriendas, o sea, ricas en fibra, ya que ayudan a evitar picar entre comidas; el segundo, tener a mano productos espesos, con texturas y sabores complejos en general, porque "parece que nos sentimos satisfechos y dejamos de comer cuando hemos recibido suficientes sensaciones sensoriales”. Tiene sentido. ¿Acaso no te hartas antes en un cóctel que sentado a la mesa?

FUENTE: https://elpais.com/buenavida/2020-09-10/hambre-o-apetito-no-es-lo-mismo-pero-rugen-igual-de-fuerte.html

domingo, 14 de febrero de 2021

Alimentación saludable, sanidad y economía están sin ninguna duda unidos

 

Un informe estima que una alimentación sana ahorraría un 20% del gasto sanitario



Hasta 14.300 millones de euros se podría ahorrar el Sistema Nacional de Salud (casi el 20% de su gasto total) si los españoles se alimentaran de forma adecuada. Es una de las principales conclusiones del informe «Alimentación, factor de salud y sostenibilidad», que analiza distintos factores relacionados con la nutrición, desde el económico al sanitario o de la comunicación.

El ahorro, explica el informe, sería tanto en términos de una menor utilización inadecuada del sistema como en una mejora de la productividad de la población activa y el valor social de alargar la esperanza de vida, por una menor incidencia de enfermedades coronarias, cáncer, accidentes cerebrovasculares, diabetes, fracturas osteoporóticas de cadera y otras patologías derivadas.

Cómo nos informamos sobre alimentación

Cada vez se busca más información sobre vida sana y alimentación, sin embargo también hay una mayor exposición a las noticias falsas. El informe recoge datos del informe “Peligros de la percepción”, publicado por Ipsos en 2018, que concluyó que un 57% de los españoles admitía haber considerado como cierta una noticia que no lo era relacionada con el sector alimentario.

Hay, según esto, un clima de confusión que se alimenta de que, según datos de la Federación Española de Alimentación y Bebidas (FIAB), tres de cada 10 noticias falsas en la red son de alimentación. E influyen, puesto que el 38% de la población modifica sus pautas de consumo ante noticias negativas publicadas en los medios de alimentación. “El problema es que este tipo de informaciones sin respaldo
científico, que se transmiten a través de los medios de comunicación, pueden poner en serio riesgo la salud pública”, apunta en nota de prensa Carmen Mateo, presidenta de Cariotipo y coordinadora del informe.

El informe se ha presentado hoy en la CEOE, que ha colaborado en la elaboración junto a la agencia Cariotipo Lobby & Comunicación y la Fundación Española del Corazón, además del patrocinio de Eurosemillas.

Seguridad alimentaria

El informe no pone solo el foco en la información, también en la importancia de la seguridad alimentaria, que en España se vio recientemente amenazada por un brote como el de la listeriosis, que dejó varios abortos y fallecidos en 2019.

Según este informe, en 2017 se produjeron casi 11 millones de muertes debido a alimentos insalubres y los brotes van en aumento. No en vano, una experta de Seguridad Alimentaria del Ayuntamiento de Madrid indicaba a El Independiente hace unos meses que «la población es cada vez más vulnerable a las intoxicaciones alimentarias».

El informe, que foco en que la contaminación de los alimentos se puede dar en cualquier punto de la cadena alimentaria del productor al propio consumidor, calcula que los alimentos contaminados por
microorganismos o sustancias químicas nocivas causan más de 200 enfermedades, que pueden ser especialmente graves en los menores de cinco años. Según Naciones Unidas, casi una de cada 10 personas enferman cada año en el mundo por ingerir alimentos contaminados y 420.000 mueren.

Un mundo de malnutrición y obesidad

La alimentación en el mundo presenta contrastes como que 820 millones de personas carecían de alimentos suficientes para comer en 2018 mientras que el sedentarismo y la obesidad van en aumento y son epidemias del siglo XXI en los países desarrollados. De hecho, en 2019 la población con obesidadn (850 millones de personas) superó por primera vez a la que pasa hambre, según los datos de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Y aquí el informe, en el que ha participado el catedrático de Nutrigenómica José María Ordovás, hace hincapié en la alimentación como protagonista clave en la prevención de enfermedades no transmisibles.

«El papel de la alimentación es especialmente importante en los primeros años, cuando además se inculcan unos hábitos que tendrán consecuencias a corto y largo plazo. Si esos hábitos relacionados con la alimentación son saludables, reduciremos las posibilidades de desarrollar de forma precoz enfermedades no transmisibles. Por el contrario, descuidarlos tendrá un efecto negativo e irreversible en nuestra salud, aunque las consecuencias no se manifiesten inmediatamente. Los niños con sobrepeso u obesos tienen mayores probabilidades de seguir siendo obesos en la edad adulta y de padecer a edades más tempranas enfermedades no transmisibles como diabetes o enfermedades cardiovasculares. Otras patologías que se podrían evitar cuidando la alimentación desde la infancia son determinados trastornos del aparato locomotor como la artrosis, problemas anímicos y ciertos tipos de cáncer», indica el informe.

FUENTE: https://www.elindependiente.com/vida-sana/nutricion/2020/02/13/un-informe-estima-que-una-alimentacion-sana-ahorraria-un-20-del-gasto-sanitario/


lunes, 8 de febrero de 2021

La alimentación sana y equilibrada nos ayuda con nuestra salud en la época de covid

 

Cómo la nutrición puede proteger la salud de las personas durante la COVID-19 (coronavirus)




“Que tu alimento sea tu medicina y tu medicina sea tu alimento”. La idea de que las dietas nutritivas y seguras favorecen la buena salud existe al menos desde la antigüedad, como atestigua esta cita, a menudo erróneamente atribuida a Hipócrates (i). En los titulares de las noticias aparece habitualmente qué debe comerse y qué no, mientras que los consumidores tratan de equilibrar consejos científicos y tendencias de marketing con sus propias tradiciones culinarias, su bolsillo y las alternativas de alimentos locales.

Y en gran parte del mundo, una enfermedad es además sinónimo de pérdida de ingresos. De ahí que la pandemia haya incrementado los desafíos que enfrentan los consumidores, los productores y los encargados de la formulación de políticas en todo el mundo. ¿Qué se necesita para que la alimentación sea más sana? Las respuestas a esta pregunta son más urgentes y pertinentes que nunca.

Ahora que hay tantas personas enfermas por el coronavirus (COVID-19), los riesgos que corren se incrementan por las dietas poco saludables que agravan afecciones preexistentes.

No hay certezas sobre lo que constituye una alimentación saludable ni sobre cuáles son las intervenciones políticas apropiadas. Sin embargo, un creciente número de pruebas y análisis revelan acciones que pueden salvar vidas y, en el mejor de los casos, mejorar el bienestar de miles de millones de personas.


La calidad de las dietas es fundamental para la salud

La dieta es un factor fundamental para el estado de salud de las personas en todo el mundo. La alimentación no es una preocupación secundaria: según el informe Global Burden of Disease 2017 (Estudio de la carga mundial de morbilidad 2017), los riesgos metabólicos fueron los responsables de la mayoría de los cinco principales riesgos de discapacidad y muerte (i). Más de 2000 millones de personas tienen sobrepeso o son obesas (PDF) y más del 70 % de ellas se encuentran en países de ingreso bajo y mediano (i). Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), 600 millones de personas se enfermaron y 420 000 murieron prematuramente debido a alimentos contaminados en 2010, socavando la salud y la seguridad nutricional. Y nuevas evidencias obtenidas sugieren que los pacientes con afecciones preexistentes relacionadas con la dieta, como la obesidad grave (i), las enfermedades cardíacas y la diabetes, están sufriendo consecuencias más serias derivadas de la COVID-19, entre ellas una intensificación de la enfermedad y una mayor necesidad de cuidados intensivos, incluido el uso de respiradores mecánicos.

La malnutrición también debilita de forma importante el sistema inmunológico de las personas, aumentando las posibilidades de que se enfermen, queden postradas y mueran a causa de la enfermedad. Las carencias de hierro, yodo, ácido fólico, vitamina A y zinc son las más comunes, con más de 2000 millones de personas afectadas en todo el mundo. Esta “hambre oculta” no solo aumenta el riesgo de morbilidad y mortalidad, sino que también contribuye a un crecimiento deficiente, discapacidad intelectual y complicaciones perinatales. Además, reduce el capital humano y las perspectivas de desarrollo de los países.


Se espera que aumente la inseguridad alimentaria y nutricional

La desigualdad mundial en materia de alimentación y nutrición va a empeorar. El Programa Mundial de Alimentos ha advertido de la posibilidad de que este año se duplique la inseguridad alimentaria aguda (i) en los países de ingreso bajo y mediano debido a las pérdidas de ingresos y de remesas. La experiencia de 2008 también apunta a una inminente crisis alimentaria. En estudios realizados en Bangladesh, Camboya y Mauritania se evaluaron los efectos de la crisis mundial de los precios de los alimentos de 2008 (PDF, en inglés) y se observó que había aumentado la malnutrición aguda en un 50 % entre los niños pobres. En otros estudios se encontraron pruebas de un incremento significativo del retraso del crecimiento entre los niños de las zonas urbanas y rurales.

La pandemia de COVID-19 pone en peligro la dieta de las personas debido a la interrupción de los servicios de salud y nutrición,  las pérdidas de los ingresos y empleos, las perturbaciones en las cadenas de suministro de alimentos locales, y como resultado directo de las infecciones entre las personas pobres y vulnerables. Al mismo tiempo, existen evidencias de que la venta de aperitivos y alimentos no perecibles está creciendo rápidamente, a expensas de los alimentos frescos, como las verduras y las frutas, y los alimentos ricos en proteínas, como las legumbres, el pescado y la carne. Según informes, los productores de comida chatarra ven la crisis como una oportunidad para ampliar su cuota de mercado.

La COVID-19 pone en peligro la dieta de las personas debido a la interrupción de los servicios de salud y nutrición, las pérdidas de los ingresos y empleos, las perturbaciones en las cadenas de suministro de alimentos locales, y como resultado directo de las infecciones entre las personas pobres y vulnerables.

¿Cómo podemos mejorar el acceso a alimentos sanos cuando las personas más los necesitan?  ¿Y qué podemos hacer para limitar el daño causado por las dietas poco saludables? Proponemos tres áreas de acciones inmediatas y a mediano plazo.

1. Garantizar alimentos a precios asequibles para las comunidades pobres

La primera área de acción es la adopción de políticas que aseguren la disponibilidad de alimentos a precios asequibles para los más vulnerables. Recordando enseñanzas de experiencias pasadas, instituciones internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), el Banco Mundial y el Programa Mundial de Alimentos (i) se han unido a los ministros de Agricultura de los países del Grupo de los Veinte (G-20), la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental (ASEAN), la Unión Africana y América Latina y el Caribe y están pidiendo a los países exportadores que eviten las interrupciones en el comercio y mantengan el flujo de alimentos e insumos agrícolas a través de las fronteras.

La atención en el comercio internacional debe complementarse con medidas para mantener la producción, la elaboración y la comercialización de alimentos nacionales en condiciones funcionales y seguras, a pesar del distanciamiento social y las restricciones de movimiento. Y los programas de protección social son esenciales para proporcionar recursos a las familias que han perdido la capacidad de comprar alimentos.

2. Asegurar una mejor nutrición

La segunda área no es menos importante: los países deben ir más allá de los alimentos básicos de alto contenido calórico y asegurar una mejor nutrición para aumentar la resiliencia de las personas y reducir los riesgos de enfermedades preexistentes  relacionadas con la dieta y de intoxicaciones alimentarias. En lo que respecta a la agricultura, esta medida puede adoptar muchas formas, desde el fomento de los huertos caseros, la plantación de cultivos biofortificados y la diversificación de alimentos producidos para el consumo interno hasta la mejora de las cadenas de frío para los alimentos nutritivos perecibles y de los mercados de alimentos frescos y las inversiones en seguridad alimentaria (i).

La intensificación de la asesoría nutricional, el fomento de la lactancia materna y la lucha contra la desinformación sobre la transmisión de la COVID-19 contribuirán a preservar el papel de los alimentos nutritivos como aliados contra las enfermedades.

En el ámbito de la salud, la intensificación de la asesoría nutricional (proporcionada, por ejemplo, por medio de los teléfonos celulares que estén asociados a transferencias monetarias, o a través de trabajadores comunitarios), el fomento de la lactancia materna y la lucha contra la desinformación sobre la transmisión de la COVID-19 contribuirán, especialmente en tiempos difíciles, a preservar el papel de los alimentos nutritivos como aliados contra las enfermedades. En el diseño de las intervenciones es mucho lo que se puede aprender de las conclusiones de la Iniciativa para la Seguridad Alimentaria y Nutricional en Asia Meridional (SAFANSI) (i). Otro recurso clave es la herramienta Optima Nutrition (i), desarrollada en asociación con la Fundación Bill y Melinda Gates para ayudar a mejorar la eficiencia del gasto en nutrición y llegar mejor a los grupos vulnerables como las mujeres y los niños.


3. Reorientar el gasto público para mejorar la salud y la nutrición

La tercera área sobre la que es posible actuar desde ya es la reorientación del gasto público para que se corresponda con los objetivos de salud y nutrición. El cultivo y el consumo de alimentos pueden ser en gran medida actividades de la esfera privada, pero están condicionadas de innumerables maneras por las políticas públicas y por incentivos  que, según un estudio realizado por la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) en 53 países, alcanzan los USD 500 000 millones al año (i). Es difícil obtener datos, pero se cree que la mayoría de los planes de apoyo a los precios están dirigidos a un reducido número de cultivos que constituyen los ingredientes básicos de alimentos envasados ricos en carbohidratos y pobres en nutrientes.

Por otra parte, las frutas y verduras siguen siendo sumamente caras en muchos países. El apoyo público a los cereales y el azúcar, combinado con la comercialización privada y el envasado inteligente, está fomentando la transición a dietas poco saludables en los países de ingreso bajo y mediano. Por ejemplo, en Nepal, ciertos datos (i) muestran que los aperitivos y las bebidas no saludables constituyen casi el 25 % de la ingesta calórica de los niños de 1 a 2 años de edad.

La seguridad alimentaria es fundamental: se calcula que, cada año, las intoxicaciones alimentarias en los países de ingreso bajo y mediano representan USD 110 000 millones en pérdidas de productividad y gastos médicos.  También es urgente abordar la obesidad. Un nuevo estudio del Banco Mundial sobre las consecuencias sanitarias y económicas de la epidemia de obesidad (i) alienta a los Gobiernos a aumentar los impuestos sobre los alimentos poco saludables y a regular su comercialización y publicidad. A partir de las enseñanzas de ejemplos exitosos como los de Chile y México, en el estudio también se insta a los Gobiernos a subvencionar alimentos más sanos y a exigir un etiquetado adecuado en los alimentos procesados. Más de 47 países ya están aplicando estos enfoques.

Una acción más inteligente en materia de gasto público, especialmente con la puesta en marcha de medidas impositivas sobre artículos como las bebidas azucaradas, ayudaría a generar recursos en momentos de restricciones presupuestarias y de aumento de los programas públicos de protección social. De esta manera se crearía más espacio fiscal para intervenciones sanitarias y nutricionales que pueden ayudar a combatir las enfermedades infecciosas como la COVID-19 y, al mismo tiempo, generar resiliencia para las generaciones futuras.


FUENTE: https://blogs.worldbank.org/es/voices/como-la-nutricion-puede-proteger-la-salud-de-las-personas-durante-la-covid-19-coronavirus