lunes, 30 de marzo de 2020

El poder de la genética en los procesos de adelgazamiento


Las razones por las que yo no consigo adelgazar y tú no puedes engordar

Metabolismo, genes y microbiota: ahí está el secreto de las personas que comen de todo sin que se entere la báscula


Quién no tiene un compañero de trabajo, un amigo o una pareja que no sabe lo que es cenar una ensalada, merendar fruta o saltarse el postre por necesidad. Son esas personas que comen sin mesura y, con los carrillos llenos y enfundadas en sus tallas diminutas, sueltan esa frase que el interlocutor siente como un arañazo en la cara: "A mí es que no me engorda nada". Existen, no son un mito, del mismo modo que existen los otros, a los que perder tres kilos les cuesta un sinfín de sacrificios –por no hablar de lo rápido que después los recuperan–. Pongamos que ambos tipos de persona habitan el mismo planeta y van al gimnasio los mismos días a la semana, ¿a qué responde semejante desigualdad?
Parte del enigma se encuentra tras una sentencia que te será familiar: "Tengo el metabolismo rápido", dicen a menudo los bendecidos por la varita del bufé libre. Y no van desencaminados. Bartolomé Burguera, presidente del Instituto de Endocrinología y Metabolismo de la Clínica Cleveland, en Cleveland, Ohio (EE UU), recuerda que la tasa metabólica basal (las calorías que el cuerpo quema en reposo a causa del funcionamiento de sus órganos) supone el 75% del gasto energético en sujetos sedentarios, o el 60% en el caso de aquellos que hacen ejercicio con frecuencia. "Una persona con una mayor tasa metabólica basal puede comer 300 calorías extra [100 gramos de patatas fritas, dos porciones de pizza o un paquete de galletas] sin ganar peso", anota.
Núria Vilarrasa, especialista en Endocrinología y Nutrición del Hospital Universitario Bellvitge (L’Hospitalet de Llobregat, Barcelona) y coordinadora del Grupo Obesidad de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), enumera los factores que contribuyen a la aceleración: "A mayor masa magra o muscular, mayor es el gasto energético en reposo. Determinados periodos de la vida, como la infancia, la lactancia o el embarazo también aumentan la tasa metabólica basal, que se reduce con el envejecimiento. Episodios de fiebre podrían dispararla, así como una glándula tiroidea muy activa". Este último trastorno recibe el nombre de hipertiroidismo y, aunque sí está asociado a una pérdida de peso, su prevalencia es baja, recuerda Ramón de Cangas, dietista-nutricionista de la Academia Española de Nutrición y Dietética: solo entre el 0,3% y el 1% de la población general padece esa secreción excesiva de hormonas que acelera el metabolismo. Del mismo modo, no se puede culpar al hipotiroidismo (cuando la tiroides no produce las suficientes para el funcionamiento normal del cuerpo) de una ganancia de peso relevante, "pues habitualmente esa ralentización del metabolismo suma solo entre 2 y 5 kilos", apunta la doctora Vilarrasa.

Si no es una anomalía, ¿dónde diantres está el truco?

Cabe preguntarse si los que engullen sin consecuencias reseñables en la báscula están poniendo en práctica triquiñuelas secretas para acelerar su metabolismo (ya sabe, los clásicos "bebe agua fría", "echa más picante a la comida" o "toma a diario una cucharadita de canela", todos ejemplos reales leídos en medios españoles). Burguera responde: "No existen técnicas o productos aprobados que lo hagan sin poner en peligro la salud con taquicardias y otros efectos adversos". De hecho, lo más frecuente es que este tienda a enlentecerse durante un proceso de adelgazamiento, de ahí lo complicado de mantener una pérdida de peso en el tiempo. "Al reducirse las calorías, el gasto energético basal disminuye al tiempo que aumenta la concentración de hormonas orexígenas implicadas en aumentar la ingesta, y se reducen las de la saciedad", comenta Vilarrasa. Es decir, su cuerpo se confabula para que vuelva a engordar.
Entonces, ¿hay algo que sí funcione y que podamos controlar? "Aumentar la masa muscular", propone Juan del Coso, director del Laboratorio de Fisiología del Ejercicio en la Universidad Camilo José Cela (Madrid). "Se trata de una estrategia que ya recomienda el Colegio Americano de Medicina del Deporte (ACSM) a personas con sobrepeso, pues es una forma de gastar energía durante las 23 horas al día en que no se hace deporte". Y moverse. Ojo: la actividad física (movimiento a secas) representa el 30% del gasto energético en individuos activos. Y aunque el ejercicio planeado es la estrategia más rentable a la hora de perder peso (nada para adelgazar como empapar la camiseta), un estudio de la Clínica Mayo, en Rochester, EE UU, puso de manifiesto que la diferencia de peso entre 20 sujetos que se consideraban patatas de sofá residía en que los más delgados pasaban sentados 2,5 horas menos al día que los ligeramente obesos. Es decir, aunque uno piense que hace el mismo poco ejercicio que un conocido con un par de tallas menos, el tiempo de más que pasamos repantingados frente al ordenador o la tele también cuenta como bollo relleno de crema, confirma Del Coso.

La lotería del ADN

Hay cinco factores que, según el investigador especializado en obesidad Claude Bouchard, predisponen al sobrepeso: 1. Poca masa muscular. 2. Falta de ejercicio. 3. Bajos niveles de testosterona. 4. Tardar más en saciarse debido a las hormonas. 5. Que el cuerpo genere más energía a partir de la glucosa y no de la grasa. De estos, los dos primeros se pueden regular pagando religiosamente la mensualidad del gimnasio -ojo, el primer mes no se nota gran cosa-. (Y es el único modo seguro que avala la ciencia para acelerar el metabolismo, aunque si ya peina canas, no espere milagros, "pues de los 25 a los 75 años, tendemos a perder, gradualmente, 11 kilos de músculo a cambio de 12 de grasa", afirma Ramón de Cangas, doctor en Biología Funcional y Biología Molecular de la Universidad de Oviedo).
El tercer factor, que afecta negativamente al tejido magro, "debe ser evaluado de forma individual por el médico, que administrará, en caso de que sea necesario, un tratamiento de reemplazo con testosterona", aclara Burguera, quien dicta algunas de las causas que conducen a este déficit: estrés, alcohol, edad avanzada, apnea del sueño o consumo de opiáceos y esteroides. De los otros dos puntos, olvídese: hay poco que pueda hacer. Algunos organismos, simplemente, trabajan mejor el exceso de comida que otros.
Habla De Cangas: "Un estudio clásico de Claude Bouchard es el mejor ejemplo para visualizar que la genética influye en la facilidad o no para perder o ganar peso. En esta investigación se le dio un aporte extra de 1.000 kilocalorías a gemelos genéticamente iguales durante 84 días. El aumento de peso, aunque no exactamente igual, fue similar entre hermanos, pero al comparar a las parejas de gemelos se vio que había diferencias importantes [entre 4 y 12 kilogramos]". Posteriormente, continúa el dietista-nutricionista, numerosos estudios han relacionado ciertas variantes genéticas con diferentes respuestas a la dieta: "Por ejemplo, la interacción del gen APOA5 con las grasas ingeridas hace que algunos individuos no se beneficien de su reducción. Y se han descrito variantes del gen PLIN que provocan que algunas personas sean más resistentes a perder peso con la restricción calórica".

Las chuletas que comiste de niño cuentan

Otro metabolismo que no hay que perder de vista es el bacteriano, el de los millones de bichitos que pululan por nuestro estómago y que pueden resultar determinantes para el sobrepeso. "Depuran toxinas de la dieta; sintetizan micronutrientes necesarios como las vitaminas K y B12 o el ácido fólico; intervienen en la absorción de electrolitos y minerales; y realizan la fermentación de sustancias indigeribles", enumera Constanza Ballesta, directora adjunta de la Unidad de Cirugía de la Obesidad y Diabetes del Centro Laparoscópico Dr. Ballesta, ubicado en el centro Teknon de Barcelona. "Además, diversos estudios plantean que la flora intestinal también determina la eficacia en la extracción de energía de los alimentos, y que de ella depende una mayor o menor tendencia a transformarla en tejido adiposo", sostiene Ballesta. Y aporta cifras: los sujetos con microbiota pro obesidad presentan una absorción energética de 120-130 kcal/día superior a las que no la tienen. "A este efecto directo, hay que sumar otro: la secreción de sustancias hormonales que aumentan el apetito", añade.
Pero, ¿por qué hay personas con una microbiota tan hostil? "El estilo de vida materno y la primera alimentación del recién nacido influyen", contesta. Aunque si sientes el impulso de llamar a tu madre con aires de indignación, frena: lo que estás comiendo ahora también es clave. "Los factores dietéticos van modificando la composición de la microbiota. Una alimentación rica en proteínas y grasas animales traerá una mayor proporción de bacterias poco beneficiosas que otra vegetariana rica en carbohidratos, fibra y proteína vegetal", zanja la experta

lunes, 23 de marzo de 2020

La mente es una gran aliada para ayudarnos a adelgazar


Un truco que sí sirve para adelgazar: pensar en lo que hacemos

El autocontrol de hábitos funciona y no roba tanto tiempo como se cree

El autocontrol de la dieta se percibe como cansado y lento, pero lleva mucho menos tiempo de lo que se piensa. IAN THOMAS JANSEN-LONNQUIST
Muchos somos víctimas del llamado “sesgo optimista”, también conocido como “sesgo de beneficio positivo”. En el ámbito de la salud, dicho sesgo es el que nos predispone a valorar nuestros hábitos de vida, o nuestro riesgo de enfermar, de una forma desmesuradamente positiva y en absoluto realista. Es famoso el estudio coordinado por Patrick Peretti‐Wate en el que el 44% de los fumadores consideró que el riesgo de sufrir cáncer comenzaba al fumar más cigarrillos que los que ellos consumían. La ciencia, no obstante, es unánime al respecto: el riesgo de cáncer aumenta con cada calada. En nutrición ocurre, por desgracia, algo similar. Sucede con el alcohol (no somos conscientes de que nuestro consumo de alcohol es arriesgado), sucede con nuestra dieta (comemos peor de lo que creemos) y sucede con el exceso de peso: la mayor parte de personas con obesidad cree que tiene normopeso. Tampoco valoramos bien el peso de nuestros hijos: mientras que los padres de niños con obesidad tienden a creer que sus hijos son musculosos, lo que presentan es obesidad.
En este contexto, toda estrategia que contribuya a quitarnos la venda de los ojos debe ser bienvenida. Una de tales estrategias, en adultos sin trastornos del comportamiento alimentario, recibe el nombre de “autocontrol”. Aparece recomendada en los consensos de obesidad y cuenta con numerosas pruebas de eficacia a sus espaldas. La más reciente, recién publicada en la revista Obesity, ha constatado que el mero hecho de anotar de forma rutinaria nuestro peso, lo que comemos y el ejercicio que realizamos resulta útil para perder peso. Es el llamado “empoderamiento dietético”, que nos obliga a ser conscientes de que somos más sedentarios, de que comemos peor y de que pesamos más de lo que creemos. O, dicho con otras palabras, a pensar en nuestros hábitos y en nuestra salud.
La investigación revela que basta con invertir unos minutos al día en el autocontrol para conseguir adelgazar. La pérdida de peso no es milagrosa, pero sí es significativa y relevante
El estudio, coordinado por Jean Harvey, es particularmente interesante porque además de confirmar la utilidad este enfoque (“la adherencia al autocontrol predice el éxito de la pérdida de peso”), desmiente una creencia muy extendida en la población: que el autocontrol requiere una gran inversión de tiempo. Su investigación revela que basta con invertir unos minutos al día en el autocontrol para conseguir adelgazar. La pérdida de peso no es milagrosa, pero sí es estadísticamente significativa y clínicamente relevante. También ha observado que a medida que pasa el tiempo nos volvemos más eficientes e invertimos menos tiempo en el autocontrol: al cabo de seis meses, los voluntarios consumían tan solo quince minutos anotando sus hábitos, aproximadamente la mitad de lo invertido al inicio del estudio. Un detalle importante es la constatación de que quien anotaba lo que comía justo después de hacerlo, unas tres veces al día, fue quien más peso perdió (más del 10% del peso inicial). De ahí su consejo “anótalo cuando lo muerdas” (“write it when you bite it”).

Pese a que en este trabajo se solicitó a los participantes con exceso de peso que anotaran sus hábitos en un programa informático (para que los investigadores pudieran evaluar la frecuencia y el tiempo invertido en ello), los autores no se olvidan de recordar que “las pruebas científicas sugieren que la precisión y la integridad de los diarios de autocontrol no son tan importantes como la frecuencia con la que se completan”. Es decir, es suficiente un control informal, pero frecuente, de: lo que comemos, del tamaño de la ración de nuestras comidas, de nuestro peso y de nuestra actividad física. En palabras de Harvey: “Es algo altamente efectivo y no es tan duro como la gente piensa”. Y es que todos tenemos a mano un papel y un bolígrafo.
No todos tenemos a mano, sin embargo, la estrategia más eficaz para perder peso: el seguimiento estrecho por un dietista-nutricionista. No podemos obviar en el estudio de Harvey y colaboradores que durante los seis meses de seguimiento, los voluntarios participaban en una sesión online semanal con un nutricionista. Recordemos que la Academia de Nutrición y Dietética, establece el número de visitas en un mínimo de 14 encuentros con un nutricionista durante un período de al menos seis meses si el objetivo es adelgazar.
Sea como sea, sí podemos concluir que al consejo de realizar un mínimo de 30 minutos al día de actividad física (de moderada a vigorosa) podemos añadir otro más: dedique 15 minutos al día, si debe perder peso, a anotar sus hábitos. Mucho mejor, desde luego, si cuenta con el asesoramiento de un dietista-nutricionista.
Julio Basulto (@JulioBasulto_DN) es un Dietista-Nutricionista que intenta convencer al mundo de que comer mal no se compensa con una zanahoria. También imparte conferencias, ejerce como docente en varias instituciones académicas, colabora con diferentes medios de comunicación y es autor de numerosas publicaciones científicas y divulgativas (www.juliobasulto.com).
NUTRIR CON CIENCIA es una sección sobre alimentación basada en evidencias científicas y en el conocimiento contrastado por especialistas. Comer es mucho más que un placer y una necesidad: la dieta y los hábitos alimenticios son ahora mismo el factor de salud pública que más puede ayudarnos a prevenir numerosas enfermedades, desde muchos tipos de cáncer hasta la diabetes. Un equipo de dietistas-nutricionistas nos ayudará a conocer mejor la importancia de la alimentación y a derribar, gracias a la ciencia, los mitos que nos llevan a comer mal.

martes, 10 de marzo de 2020

Obesidad y sexualidad femenina


¿Cómo afecta la obesidad a la sexualidad de la mujer?     

Mujer con obesidad en una consulta
                Los complejos derivados de la obesidad generan miedos e inseguridades.  
          
El impacto de la obesidad en la sexualidad de la mujer depende de muchas variables: el grado de obesidad o sobrepeso, las enfermedades asociadas al exceso de peso, la edad, los cambios hormonales, la llegada de la menopausia y el componente emocional, tal y como indica Pluvio Coronado, jefe del Instituto de la Mujer del Hospital Clínico San Carlos de Madrid. “En general, la mujer obesa tiene menos relaciones sexuales y esto puede deberse al exceso de estrógenos derivados de la obesidad porque producen una disminución de la progesterona, la realmente responsable del deseo sexual”, explica Coronado.

En cambio, las mujeres con obesidad que padecen el síndrome del ovario poliquístico “sí pueden experimentar un incremento de la libido porque los niveles de hormonas masculinas son mayores”, matiza Coronado. Entonces, ¿el exceso de peso aumenta o reduce el deseo sexual? Este ginecólogo insiste en que “depende de distintos factores y en función de cada persona las hormonas puede incrementar o disminuir las ganas de tener relaciones”.

Con respecto al impacto de la obesidad en el sistema endocrino y su reflejo en la sexualidad, Assumpta Caixàs, endocrina y coordinadora del área Obesidad de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), apunta que “son más frecuentes las menstruaciones irregulares, los periodos son más largos y con menos sangrado, lo que se llama oliogomenorrea”. Estas alteraciones en el ciclo hacen que “el pico de estrógenos durante la fase preovulatoria, que coincide con un mayor apetito sexual, no se de en el caso de las mujeres con exceso de peso porque la ovulación no se produce de forma regular”, añade.

Enfermedades asociadas a la obesidad y su impacto en la sexualidad 

Según Coronado, esta patología “lleva consigo un aumento de las infecciones vaginales por hongos, una alteración de la circulación del clítoris que reduce la excitación”. Esto afecta “mucho más a los hombres diabéticos porque puede incluso dificultar o imposibilitar la erección”, destaca.
“Al igual que la diabetes, está asociada a la disfunción sexual tanto por la propia enfermedad como por algunos medicamentos que se utilizan, sobre todo, los antihipertensivos”, menciona Caixàs.

Problemas cardiovasculares

“La excitación necesita que los vasos sanguíneos se dilaten y que las glándulas segreguen una serie de sustancias que actúan como lubricante para facilitar la penetración. Por ello, si hay alteraciones en el sistema vascular la excitación no se va a producir”, detalla Coronado.
En relación con el punto anterior, este especialista subraya que “si la mujer es fumadora se reduce el riego sanguíneo lo que, de nuevo, repercute en la vascularización de clítoris”.

Dismorfofobia

Con independencia de la libido de la mujer obesa, la distorsión de su imagen puede dar lugar a que no quiera mantener relaciones sexuales por el miedo a desnudarse delante de otra persona. “El hecho de no verse con un cuerpo potencialmente atractivo según los estereotipos generales afecta a la sexualidad femenina”, considera Caixàs.

¿Cómo influye la baja autoestima en el sexo? 

Según la coordinadora de la SEEN, “algunos aspectos psicológicos derivados de la obesidad y el sobrepeso pueden provocar falta de apetito sexual o inseguridades que lleven al rechazo de las relaciones sexuales”. Además, estos sentimientos tiene su impacto fuera de la cama porque “se generan dudas del tipo ¿se enamorará mi pareja de otra chica más delgada?, ¿le haré daño si me siento encima?, ¿huelen mal los pliegues de la piel?, ¿podré tener hijos?”, enumera.

Y en el caso del sobrepeso, ¿cómo influye en la sexualidad de la mujer? Ambos expertos coinciden en que los problemas son similares a originados por la obesidad, aunque el incremento del peso está ligado a unas mayores consecuencias negativas en el plano sexual.

Consejos para evitar los problemas sexuales derivados de la obesidad 

  • Control del peso. Como es lógico, lo más importante es “tratar la obesidad de forma global con las distintas opciones terapéuticas: una dieta equilibrada, practicar ejercicio físico, utilización de fármacos o cirugía bariátrica”, resume Caixàs. En este punto, Coronado incide en que “la obesidad es una enfermedad muy grave que debe tratarse no sólo por las disfunciones sexuales asociadas”.
     
  • Apoyo psicológico. La baja autoestima, la depresión y otras patologías relacionadas con el aspecto físico tienen que ser resueltas por el profesional adecuado, según Caixàs.
     
  • Una visión global del sexo. Coronado aconseja “vivir la sexualidad con más matices porque el sexo no es sólo el coito, incluye la fantasía, el romanticismo y el erotismo, todo aquello que supone la estimulación del cerebro”.