lunes, 27 de abril de 2020

El cerebro también es víctima de los excesos alimenticios


Estudio demuestra que las dietas con exceso de grasas y azúcares pueden afectar a la función cerebral

La investigación fue realizada con voluntarios jóvenes que presentaron disminución de la memoria y no se sentían saciados luego de comer comida chatarra.
Un estudio encabezado por especialistas australianos y británicos demostró que las dietas de estilo occidental, con alto contenido de grasas y azúcares, pueden afectar a la función cerebral, en especial, a la memoria y la sensación de saciedad.
Para realizar la investigación, que fue publicada por Royal Society Open Science, fueron convocados 110 jóvenes de entre 20 y 23 años que seguían una dieta saludable. Durante una semana, la mitad de ellos continuó con su alimentación normal, mientras que a los demás se les brindó una con alto contenido calórico que incluía comidas rápidas y 'waffles' (gofres) belgas.

Detectan por qué la comida rápida es mortal
Antes y después de cada ingesta, debían completar tests de memoria de palabras y calificar alimentos ricos en azúcar de acuerdo a cuánto querían y les gustaba comerlos.
El resultado arrojó que quienes encontraban más apetecibles los alimentos cuando ya habían comido eran los que habían seguido la dieta occidental, que coincidía con quienes peores resultados obtenían en la "prueba de la función del hipocampo", explicó Richard Stevenson, profesor de Psicología de la Universidad Macquarie de Sídney.
"Esto hará que sea más difícil resistir, lo que lleva a comer más, lo que a su vez genera más daño en el hipocampo y un círculo vicioso de comer en exceso", agregó.
El hipocampo es una región del cerebro que está vinculada con la memoria y el control del apetito que se ve afectada por la comida chatarra, según mostraron estudios previos realizados en animales. Normalmente, se encarga de bloquear o debilitar los recuerdos de alimentos cuando se está saciado. Por eso, señaló el experto, "cuando el hipocampo funciona menos eficientemente, se obtiene esa avalancha de recuerdos y entonces la comida es más atractiva".

La función de los gobiernos

Ante los resultados de la investigación, Stevenson sostuvo que los gobiernos deberían tomar medidas restrictivas sobre los alimentos procesados que "pueden conducir a sutiles deterioros cognitivos que afectan al apetito y sirven para promover el comer en exceso en los jóvenes sanos". "Debe ser un hallazgo preocupante para todos", afirmó.
Por último, recordó que las comidas de estilo occidental contribuyen a largo plazo al desarrollo de obesidad y diabetes, que a su vez están vinculadas con la disminución del rendimiento cerebral y la posibilidad de sufrir demencia.
En ese sentido, concluyó que se corre el riesgo de "estar generando deterioros cognitivos iniciales y bastante sutiles, que socavan el control del apetito, lo que de manera gradual abre el camino para todos estos otros efectos".

martes, 21 de abril de 2020

Los hábitos alimenticios que nos enferman


80.110 EN ESTADOS UNIDOS


Un estudio pone número a la cantidad de cánceres provocados por la dieta

A medida que la población vive más tiempo y se multiplica, hay más casos de esta enfermedad. Muchos están causados por factores ambientales o genéticos, pero también por determinados alimentos




Foto: Foto: iStock.
Foto: iStock.

Nos encontramos a menudo con artículos que relacionan un alimento de lo más normal y supuestamente inofensivo con una de las dolencias que más nos preocupan a los españoles: el cáncer. Según datos de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), en nuestro país se esperaba que a lo largo del año 2019 surgieran 277.234 nuevos casos de cáncer. Algunos de ellos estarán causados por condiciones genéticas, otros por exposición a elementos carcinogénicos y otros por causas todavía por descubrir. Lo que está claro es que, si la tendencia de años anteriores se mantiene, la SEOM avisa de que podemos esperar alrededor de 44.930 casos nuevos de cáncer de colon, 34.300 de próstata, 32.500 de mama y 29.500 de cáncer de pulmón. En gran parte de estos casos, ni siquiera los mejores oncólogos e investigadores serían capaces de hallar las causas que los provocan, pero una cantidad de ellos se deberán a la ingesta de determinados alimentos (o su ausencia). Esta es la conclusión a la que han llegado el investigador Fang Fang Zhang y su equipo del Friedman School of Nutrition Science, de la Universidad de Tufts, en Estados Unidos.


Los científicos llegaron a la conclusión de que de los 1.633.390 casos de cáncer dignosticados en Estados Unidos en 2015 (según datos del Centers for Disease Control -CDC-), 80.110 tenían causas dietéticas. Para llevarlo a cabo, los investigadores reunieron una gran cantidad de estudios previos, los cuales tenían que cumplir unos altos estándares de calidad (y no estar sesgados), centrados en la relación del consumo de ciertos alimentos con la enfermedad. Las conclusiones de mayor relevancia a las que llegaron fueron:

"Tenemos la oportunidad de reducir la incidencia del cáncer con la modificación de la dieta"

  • Los cánceres colorrectales son los que más relacionados están con una mala alimentación. El 38,3% de todos los casos en 2015 están asociados a dietas menos que óptimas. Los siguientes cánceres provocados por la alimentación son el de bocafaringe y el de laringe, que el estudio sitúa en el 25,9% los casos provocados por una dieta deficiente en algún sentido.
  • La ingesta insuficiente de cereales integrales se considera la deficiencia alimentaria más peligrosa, seguida de una baja ingesta de lácteos, comer mucha carne procesada, ingerir poca fruta y verdura, las dietas altas en carnes rojas y el exceso de bebidas azucaradas.
  • Respecto a los números concretos de cánceres producidos por una mala alimentación, sobresale sobre todo el de colon, con 52.225 casos, seguido del de bocafaringe laringe (14.421), cáncer de útero (3.059) y de riñón (2.017).
  • Un 16% de todos los cánceres se pueden atribuir a factores propiciados por la obesidad.
  • Los grupos de riesgo más notables son los varones de entre 45 a 64 años blancos hispanos.

"Nuestros descubrimientos recalcan la oportunidad que tenemos para reducir la incidencia del cáncer, tan solo con la modificación de la dieta", explica el investigador principal del estudio, Fanh Fang Zhang.

Aunque ya sabíamos que determinados alimentos provocaban cáncer debido a la presencia de compuestos carcinógenos o que su deficiencia comprometía el correcto funcionamiento de nuestro organismo, produciendo de esta manera la enfermedad, nunca se había llevado a cabo un metaestudio que pusiese cifras a los datos que teníamos. Llevar a cabo cambios no solo en nuestra propia alimentación, sino en la de toda la población, podría ahorrar a las arcas públicas una gran cantidad de dinero y, además, mejorar notablemente la salud de la población. Eso es lo más importante.


martes, 14 de abril de 2020

Un recorrido por la Historia de la Obesidad. Los antiguos sabían de su problemática


Pintura de Lucien Freud

              
¿CONOCES LA HISTORIA DE LA OBESIDAD?
Se dice que una persona está en sobrepeso u obesidad cuando tiene una excesiva acumulación de grasa que puede ser perjudicial para la salud[1]. Dicha concentración de grasa se produce en los adipocitos (células que forman el tejido adiposo y forman parte del tejido graso), lo que puede conducir a diferentes problemas como pueden ser la diabetes, enfermedades cardiovasculares e incluso el cáncer.
Como indica Salas Salvadó (2005) en su libro “La alimentación y la nutrición a través de la historia”, la obesidad ha tenido diferente consideración a lo largo de la historia de la humanidad. En la prehistoria sólo las mujeres que habían acumulado grasas, tenían suficiente energía como para sobrevivir a largos periodos de tiempo sin alimento, a la espera de que los cazadores volvieran con más reservas.
En la Edad Antigua las personas que presentaban obesidad eran de estatus social alto. Curiosamente en la Grecia antigua, el médico Hipócrates pudo observar que las personas obesas morían antes que las que no lo eran y apuntaba: “los obesos y aquellos que desean perder peso, deberían llevar a cabo unos fuertes ejercicios antes de la comida”. Y el gran filósofo Platón señalaba que la dieta equilibrada es aquella que contiene todos los nutrientes en cantidades moderadas y que la obesidad se asocia con la disminución de la esperanza de vida.
Galeno en la Roma del siglo II d. C. distinguía tipos de obesidad: la moderada e inmoderada y hacía alusión a cómo había conseguido adelgazar a un paciente obeso haciéndole correr.
Dando un salto al Imperio Bizantino (siglo XIV), la obesidad se atribuía a la abundancia de alimentos, poco ejercicio y a lo que llamaban crisis del cuerpo. El remedio para la obesidad consistía en tomar frutas, verduras, pescado y pollo. Hace alrededor de setecientos años los médicos ya aconsejaban lo que hoy en día para tener una alimentación sana y combatir la obesidad.
En la cultura cristina antigua se condenaba la glotonería al relacionársela con la obesidad, sin embargo, en los siglos XVI y XVII el sobrepeso y obesidad tenían connotaciones positivas al relacionarse con la fecundidad y atractivo sexual. Ejemplo de ello nos dejó Rubens, cuyas modelos debían pesar más de 90 kilos.
Es a finales del siglo XVIII cuando los médicos intuyen el desequilibrio calórico como causante de la obesidad y la consideración de esta como una enfermedad.
En el siglo XIX, Chambers, autor de la obra Corpulence, or excess of fat in the human body (1850), mencionado en “La obesidad a través de la historia”, hablaba de normalidad y sobrepeso gracias a los datos obtenidos en 2.560 varones sanos y afirmaba: “si un hombre excede considerablemente el promedio de peso en relación con otros de la misma estatura, nosotros nunca debemos juzgar que este excesivo peso depende del músculo o del hueso sino del tejido adiposo”.
Gregorio Marañón (1887-1960), médico endocrinólogo estudió la obesidad y admitía la multifactorialidad de esta enfermedad, se aproximaba al concepto actual de síndrome metabólico y enfatizaba la importancia de adelgazar haciendo alusión a la necesidad de prevenirla. Llegó a decir: “El obeso adulto, constituido, debe tener en cuenta que un adelgazamiento no será obra de un plan médico, sino de un cambio total de régimen de vida”. En estos años se importa de Estados Unidos una moda en la que se exalta el cuerpo delgado, algo que Gregorio Marañón defendía por motivos médicos.
Los avances en el estudio de la obesidad se dan en la segunda mitad del siglo XX, tras la segunda Guerra Mundial, liderados por Estados Unidos. Es en estos años cuando se comienzan a desarrollar métodos de modificación de la conducta de la alimentación. A pesar de todos los avances y diferentes estrategias para combatir la obesidad desarrollados en esos años, la recuperación del peso perdido ha sido una constante independientemente de los métodos utilizados.
Las recomendaciones básicas como equilibrio en la ingesta calórica, así como incrementar la actividad física, han sido recurrentes desde entonces y prevalecen en nuestros días. Otros métodos como la modificación conductual, la terapia o los fármacos se han puesto en práctica en muchos pacientes. Los avances tecnológicos y en medicina han promovido el uso de la cirugía bariátrica, una técnica muy agresiva que confirma el fracaso de otros tratamientos.
A partir de 1994, con el descubrimiento de la leptina de la mano de Friedman, de la Rockefeller University (Estados Unidos) se produce una gran investigación en genética relacionada con la obesidad. Ahora mismo se conocen más de cuatrocientos genes que podrían estar relacionados con la obesidad.
Tras la segunda guerra mundial, se pone de moda la delgadez llegando hasta nuestros días. Esto ha hecho que se vea mal la obesidad a nivel social y cultural, recayendo sobre las personas que lo padecen una gran responsabilidad. Y no sólo queda ahí, esta exaltación de la delgadez ha traido consigo distintos trastornos de la conducta alimentaria como la anorexia y la bulimia.
En encuestas a médicos en un estudio realizado en 1969, la visión negativa de la obesidad era generalizada en ellos hasta el punto de considerar a estos pacientes intratables y cuya obesidad se debía a la falta de control. El reconocimiento de la existencia de factores genéticos ha favorecido el cambio en esta actitud médica, disminuyendo la culpabilización del paciente.
Hoy en día la obesidad da una forma al cuerpo que no es considerada atractiva y se asocia a determinados roles como el de una persona vaga, perezosa, descuidada, o se le atribuye un papel cómico o un carácter o bien amable o bien negativo, lo que puede llevar a las personas que padecen obesidad a ser excluidas socialmente, además de minar su autoestima.




[1] Definición de la Organización Mundial de la Salud (OMS). https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/obesity-and-overweight


ARTÍCULO REALIZADO POR ROCÍO RODRÍGUEZ


lunes, 6 de abril de 2020

La ansiedad en tiempos de crisis. Cómo detectarla y tratarla


¿Estoy teniendo ansiedad? Reconoce los síntomas (y cómo controlarla)

La crisis sanitaria provocada por la COVID-19 puede aumentar los casos de ansiedad. Reconocer a tiempo los síntomas y saber cómo reaccionar es vital para minimizar sus efectos sobre la salud
ansiedad agobio
Imagen: Foundry
El pulso se acelera, la respiración se hace más rápida, el pecho te oprime y sientes una vaga sensación de angustia e, incluso, de flojedad. Son algunos de los síntomas que caracterizan a la ansiedad, un estado emocional que padece un 7,36 % de la población española, según la Encuesta Nacional de Salud de 2017, y que es más común entre mujeres (9,79 %) que hombres (4,79 %). Entre 1990 y 2013, el número de personas con depresión o ansiedad aumentó cerca de un 50 % en todo el mundo, pasando de 416 millones a 615: cerca de un 10 % de la población, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Aprender a identificarla y saber cómo actuar frente a una crisis de ansiedad es de vital importancia, sobre todo en esta situación inusual de aislamiento y cuarentena.
Los seres humanos estamos preparados para activarnos ante cualquier situación de peligro. El corazón late más deprisa, hiperventilamos y tensamos los músculos para poder salir corriendo y preservar la vida. La motivación fisiológica es clara: prepararnos para la huida. “Cuando se trata de un peligro real, es lo que se llama una respuesta de ansiedad positiva; pero cuando no lo es, mi cuerpo se ha preparado para una situación peligrosa, cuando en realidad este peligro solo existe dentro de mi cabeza, y me imagino que algo va a salir mal o tengo pensamientos catastrofistas. Es lo que popularmente conocemos como ansiedad”, explica Silvia Álava, especialista en psicología educativa del Centro de Psicología Álava Reyes.

La ansiedad está, por lo general, muy relacionada con las interpretaciones que hacemos de las situaciones que vivimos, y las ideas potencialmente irracionales que puedan derivarse de ellas. Sentirla de forma ocasional es algo normal: nos sucede cuando estamos en una situación potencialmente ansiógena, como la actual crisis del coronavirus, en la que muchas personas han tomado decisiones irracionales, como comprar alimentos de manera excesiva pese a los mensajes oficiales que aseguran el abastecimiento. Pero cuando esto se da de forma recurrente, sintiendo preocupaciones y miedos intensos, excesivos y persistentes en muchas situaciones cotidianas, nos podemos estar refiriendo a un trastorno de ansiedad.

“Que en estos momentos tengamos todos un poquito de ansiedad es previsible, porque nos encontramos en una situación extrema que nunca antes habíamos vivido como país. Tener un poco de miedo nos ayuda a ser precavidos, a seguir las instrucciones que nos dan desde Sanidad, a lavarte más las manos, a pensártelo dos veces antes de tocar algo…”, argumenta Álava. “El problema es cuando se pasa a una situación de pánico, y hacemos cosas que no nos evitarían un contagio, como hacer acopio masivo de comida, cuando nadie nos ha dicho que se vaya a acabar”.

Ansiedad: los síntomas y qué hacer

A nivel físico, la ansiedad se manifiesta a través de una cierta taquicardia y una sensación de ahogo o asfixia, como si no llegara suficiente aire a los pulmones; así como una sensación de flojedad y de cierta angustia o miedo. Unos síntomas que es importante reconocer y que afectan negativamente al organismo, ya que si no los gestionamos bien, pueden derivar en dolores de tipo somático (de cabeza, de estómago, etcétera).

Puesto que la ansiedad es una respuesta habitual ante situaciones de estrés elevado, una buena forma de evitar que esta se produzca (o que, de hacerlo, tenga menor intensidad) es evitar las situaciones de estrés. De igual manera ayuda la psicoeducación, “el entender que todos y cada uno de nosotros vamos a sentir emociones, y que no todas serán agradables”, sostiene Álava, quien también apunta a la necesidad de aprender a ver cómo estamos interpretando la realidad y qué tipo de pensamientos estamos teniendo. “Generalmente, cuando estamos inmersos en una crisis de ansiedad, tenemos unas ideas irracionales que tienden a magnificar las situaciones y a proyectar una serie de escenarios que en la mayor parte de las veces serán mucho peores que lo que va a llegar a pasar”, añade.

Por otro lado, cuanto más sano sea el estilo de vida que llevemos, más fácil resultará mantenernos alejados de la ansiedad. El deporte, por ejemplo, ayuda mucho a controlarla, “ya que la activación fisiológica que se produce cuando llevamos 25 minutos de ejercicio contrarresta mucho la activación producida por esas emociones más negativas”, ilustra la experta. Favorecer las emociones agradables –como las que se producen al estar de risas con los amigos, aunque sea por WhatsApp o videoconferencia– tampoco viene nada mal.

¿Cómo se puede tratar la ansiedad?

Para empezar, es fundamental trabajar mucho con las personas y que estas sean conscientes de lo que están sintiendo y pensando. Una parte muy importante está relacionada con técnicas de relajación y manejo del estrés, “como pueden ser una relajación muscular progresiva, una respiración diafragmática o determinadas técnicas de mindfulness, apunta Álava.

También es necesario trabajar con los pensamientos que tenemos, “con esas ideas de tipo irracional que muchas veces provocan una respuesta de ansiedad o con las interpretaciones tan negativas que a veces hacemos de las situaciones”. Es decir: no se puede cambiar la situación, pero sí la interpretación que se hace de ella. Muchas veces, el sentimiento que tenemos no está tan causado por la realidad que vivimos de forma objetiva, sino por cómo la interpretamos y cómo en esas interpretaciones introducimos ideas catastrofistas de que algo va a ser horrible.

Aunque hay una serie de tratamientos y protocolos, estos siempre se adaptarán a la persona que necesite ayuda. No todos responderán igual a determinadas técnicas, y estás dependerán de factores como el colectivo que se trate (niños, mayores, embarazadas…), la personalidad del paciente, la edad e incluso el nivel de educación.

Conviene también recordar que ansiedad y depresión son dos cosas diferentes. “Lo que ocurre es que hay mucha comorbilidad, es decir, que ambos trastornos se presentan con frecuencia al mismo tiempo. Si la ansiedad se prolonga a lo largo del tiempo, esta puede degenerar en un trastorno del estado de ánimo (la depresión), aunque por supuesto no siempre sucede”, argumenta Álava.

crisis ansiedad sintomas

Imagen: RUANSHUNYI

Las crisis de ansiedad

Por todo ello, resulta esencial diferenciar entre ansiedad y crisis de ansiedad. Cuando, en un determinado momento, el nivel de ansiedad te sobrepasa de tal manera que, a nivel físico, genera una sensación de pánico con unos síntomas muy similares a los del infarto, hasta el punto de que puede confundirse con él, estamos ante una crisis de ansiedad. De acuerdo con el seguro médico Sanitas, se considera que una persona ha sufrido una crisis cuando concurren cuatro o más de los siguientes síntomas:

  • Palpitaciones o elevación de la frecuencia cardiaca (taquicardia).
  • Sensación de ahogo, con respiración rápida.
  • Opresión en el pecho.
  • Miedo o pánico.
  • Sudoración o escalofríos.
  • Temblores.
  • Náuseas o molestias abdominales.
  • Mareo o incluso desmayo.
  • Sensación de irrealidad.
  • Sensación de entumecimiento u hormigueo.
Si nunca se ha sufrido una crisis de este tipo y no se reconocen los síntomas, es posible que se opte por acudir a Urgencias, ante el temor de que se trate de un infarto. Pero si ya se ha pasado por una, se puede controlarla si no nos dejamos arrastrar por el pánico: tratar de normalizar la respiración, inspirando por la nariz y expirando por la boca rítmica y pausadamente, y tomarse el pulso mientras tanto, ayudará a recuperar la normalidad.

Para identificarla de modo correcto, comenta la psicóloga Silvia Álava, es muy importante la psicoeducación; entender qué es la ansiedad y cuál es la mejor respuesta, de manera que podamos decir: “Esto es ansiedad y, aunque sea tremendamente desagradable, sé que se irá igual que ha venido y que será cuestión de dejar pasar el tiempo. Mejor si conozco una serie de estrategias y de técnicas que me ayuden a rebajarla y evitar entrar en una situación de crisis e incluso un ataque de pánico”.

¿Qué hacer ante una crisis de ansiedad?

Lo primero y más importante, empatizar con la persona que esté atravesando esa crisis y hacerle ver que entendemos por lo que está pasando. “Si le decimos ‘te entiendo, y entiendo lo que te está pasando’, por lo menos estará más predispuesta a escucharnos, y poder servir de ayuda para ayudarla a ver su problema de otra manera”, explica Álava. En cualquier caso, eso no significa ponernos a su nivel, sino ser capaces de trabajar juntos para relativizar la situación. Podemos incluso usar el sentido del humor, puesto que eso significará que ya podemos ver la situación de una perspectiva diferente. “Pero cuidado: es necesario estar seguros de que la persona a quien tratamos de ayudar está preparada para apreciar ese sentido del humor, porque lo último que necesitamos es que ese alguien sienta que nos estamos riendo de él o de ella”, recalca.

En todo caso, olvidémonos de pedirle a esa persona “que se tranquilice”. Esta es una de las reacciones más habituales, y también de las más inútiles, porque nunca funciona: si la persona que está teniendo la crisis supiera cómo tranquilizarse, ya lo habría hecho.

¿Cuándo debemos pedir ayuda?

No es preciso esperar a tener todos los síntomas de un trastorno de ansiedad para recurrir a ayuda profesional. Es necesario tomar la decisión mucho antes: “En el momento en que tú veas que te estás sintiendo mal, que hay situaciones que se te escapan de las manos y que además no entiendes muy bien lo que está ocurriendo, debes pedir ayuda”, sostiene Álava. Así, aprenderás a comprender cómo son las emociones que estás sintiendo y cómo ponerlas a tu favor, y no en tu contra.

Por el contrario, no tratar la ansiedad puede degenerar en enfermedades de tipo somático, es decir, dolores que se perciben igual que si tuvieran una causa orgánica, pero con componente somático. Es la forma que tiene el cuerpo de decirte que no puedes seguir así: erupciones en la piel, molestias gastrointestinales, alopecia, migrañas… Señales del cuerpo para que entiendas que necesitas parar. Y a nivel psicológico, “perdemos mucha capacidad de atención y concentración, lo que puede hacer que disminuya la productividad; así como cansancio y apatía, lo que nos puede llevar a un círculo vicioso: como hacemos menos cosas, generamos menos emociones agradables, nos vamos sintiendo peor e incluso puede llevarnos a asilarnos y no querer salir de nuestro entorno”.